martes, 24 de abril de 2012

Cuando el Olimpo se mudó a Hollywood (I)

Esta es la historia de un tiempo pasado, un tiempo de mitos y leyendas, cuando los dioses eran crueles y hacían sufrir a la humanidad, hasta que llegó la industria de Hollywood. Y es así como los dioses olímpicos fueron empaquetando una a una sus cosas y se fueron yendo ni cortos ni perezosos a las colinas de Hollywood, que poco se imaginarían lo que se les avecinaba. De un tiempo a esta parte hemos venido observando cómo, con el advenimiento de la crisis de ideas de la mejor industria cinematográfica del mundo, los productores y directores de todos los estudios de la meca del cine se sentaron a una mesa se miraron a las calvas y se preguntaron: ¿Y ahora qué? Y ésta ni más ni menos fue la respuesta, los mitos griegos molan. 



Y es cierto, nos encantan, mitos llenos a reventar de tragedia romántica, traiciones, celos y sangre y vísceras por todas partes; pero sobre todo, llenos de aquello que más valoran nuestros colegas estadounidenses, heroísmo. Las grandes sagas épicas con las que la industria cinematográfica estadounidense se hizo grande estaban de enhorabuena, títulos como Ben-hur resonaban en las cabezas de todos los profesionales. Se trata del retorno al cine épico haciendo gala de los mejores efectos y tecnología 3D para hacer vibrar al espectador en su asiento y decirle: “Si, somos nosotros y seguimos aquí, seguimos siendo los mejores”. Tan sólo un fallo se perfilaba en el ambiente, una ligerísima mota de polvo que enturbiaba ligeramente la idea original: que los mitos griegos sean apasionantes, no implica que el hecho de invertir un puñado de dólares en realizar films sobre ellos vaya a garantizar el éxito. Máxime si tenemos en cuenta la gran desgracia de esta idea: si los mitos molan, modificarlos a gusto y placer más aún.
Historietas apasionantes como los relatos de Hércules, Perseo y Teseo, enturbiados por guiones de baja calidad que modifican los argumentos originales para acercarlos a todo el público, consiguiendo por otro lado alejarlo aún más. Podríamos remontarnos a los inicios del cine, a aquellos días en que los extras en las batallas eran las gentes de los pueblos más cercanos y que conseguían que un ejercito de mil romanos fuera un ejército de mil romanos, los tiempos en los que grandes técnicos de efectos especiales como Ray Harryhausen se devanaban los sesos para tratar de reproducir de la forma más fiel y escalofriante las tenebrosas criaturas que habitaban los mitos griegos. Pero la realidad es, que todo vino mucho después.
Si bien es cierto que películas como Jasón y los Argonautas o Furia de Titanes modificaban los mitos, no dejaban de ser modificaciones hechas por motivos puramente estilísticos y, seamos francos, en poco o nada afecta que Perseo se abalance sobre el kraken montado en un pegaso en lugar de en unas sandalias aladas. Sin embargo, el tiempo pasó poco a poco y los relatos parecieron concentrarse poco a poco en la figura del mayor héroe mitológico de todos los tiempos: Hércules. El pobre Hércules sin duda se ha visto sometido a todo tipo de escarnio, que pasa ya la modificación de su historia para alcanzar niveles insospechados en películas como Hércules en Nueva York. Si bien evitaremos hablar de la lucha de interpretaciones entre Arnold Schwarzenegger y Kevin Sorbo en sus papeles de Hércules por creer que merecerían una entrada propia.

Schwarzenegger y Sorbo, duelo titánico de interpretaciones

Si bien los años ochenta y noventa se abandonaron sin grandes ofensas a la mitología clásica, el terror de los amantes de los clásicos se volvió a manifestar, esta vez en la persona de Wolfgang Petersen al aventurarse en la superproducción de nombre Troya. Una vez más y muchas décadas después del título original de los años sesenta, se trataba de reproducir los hechos relatados en la Ilíada por el ciego Homero, en el que los grandes héroes griegos asediaban la ciudad de Troya en pos de la desobediente y bella Helena. Si bien la película de Petersen tuvo unas críticas apabullantes relacionadas por inexactitudes históricas, estéticas y especialmente con ciertos aspectos de los personajes, también es cierto que la gran inversión en calidad artística realizada solventaba en parte la linealidad de guiones. Acotes como Peter O'Toole en el papel del rey Príamo, Eric Bana como Héctor y Brad Pitt representando al Pélida Auiles, hacían olvidar en partes los curiosos saltos de guión. Curiosas modificaciones de la historia original (especialmente en lo referido al final de ciertos personajes) se entre mezclan con pequeños homenajes al relato de Homero, como la breve aparición del héroe Eneas cargando con su padre huyendo de la ciudad. Pero aún así los más ortodoxos debimos de darnos con un canto en los dientes de saber lo que se avecinaba. Porque el gran causante de la crisis actual, no es ni más ni menos, que una de las mejores películas rodadas durante el siglo XXI en nuestra humilde opinión, tres dígitos: 300.


A todos nos encanta Brad Pitt en Troya